Whiplash es una película escrita y dirigida por el cineasta estadunidense
Damien Chazelle, nominada a los Óscares del 2015 en las categorías de Mejor Película, Mejor Actor de Reparto,
Mejor Edición y, por supuesto, mejor Mezcla de Sonido.
Pocos saben que Whiplash es una expansión de un exitoso
cortometraje del mismo nombre, estrenado en 2013 con gran éxito en festivales
como Sundance, entre otros de renombre e importancia internacional. El éxito
del cortometraje y el talento desplegado por su director llevaron a buen puerto
la producción de un largometraje de bajo presupuesto -bajo los estándares del
cine de Estados Unidos- pero con grandes alcances en el arte cinematográfico,
nada mal para una ópera prima.
La historia es relativamente sencilla y gira siempre en
torno a Andrew Neyman (Miles Teller), un joven aspirante a baterista
profesional, músico de corazón, que estudia en el Conservatorio de Música de
Shaffer (una escuela ficticia de música, pero que se asemeja mucho a Julliard)
en Nueva York, uno de los mejores conservatorios de Estados Unidos y del mundo;
ahí, se encuentra con el profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons -el actor que interpreta al editor del Daily Bugle en Spider-Man-), un exigente
e implacable músico, director de la banda de jazz de la escuela. Neyman ingresa
a la banda tras causarle una buena impresión, sin imaginar el abuso verbal,
psicológico y hasta físico que Fletcher le infringirá para lograr, según él,
convertirlo en un músico maravilloso. Fletcher es un director feroz, que ensaya
a sus músicos como un entrenador militar, mientras que Neyman es un muchacho
obsesionado con convertirse en el baterista perfecto, sacrificando su vida
personal para lograrlo, una combinación de fuerzas igualmente poderosas.
Aún pareciendo una película para músicos y artistas en
general -seguramente serán los que se sentirán más identificados-, la película
es dinámica y tiene un ritmo sobresaliente que nunca cae, con giros y tensión siempre elevándose, resuelta en la
dirección de cada escena, los actores que brindan interpretaciones siempre
precisas y sobresalientes, la edición adecuada para cada momento, ya sea una
tranquila escena de conversación entre dos jóvenes en una cita, un cruel regaño
del maestro al alumno o una explosiva secuencia de jazz, la plástica y expresiva dirección de fotografía de Sharone Meir -quien nunca antes había sobresalido con una película-, así como -naturalmente- una banda sonora y diseño de sonido espectacular con el reto técnico que la película exige cumplido con creces: escuchar música y ejecuciones fenomenales.
Todos estos elementos son, sin duda, el resultado de la sensibilidad del director hacia la música, ya que él mismo cursó y dedicó años de preparación en ella antes de convertirse en cineasta, tal vez es por ello que logra capturar perfectamente la obsesión a la que puede someterse un artista en su búsqueda por alcanzar sus sueños; esto resulta en una película sobre arte y artistas que cualquier persona podría disfrutar.
La película avanza de manera imaginativa, en algunos
momentos probablemente hasta el punto de la exageración, pero es pasable porque
puede percibirse la honestidad de un autor con algo que decir sin miedo ni
sutilezas desde su punto de vista; esto es lo que a final de cuentas convierte
la película en algo sobresaliente después de develarse por completo.
En su desarrollo confronta puntos de vista sobre el arte y su
enseñanza, tenemos a dos personajes antagónicos con un sueño que se convierte
en obsesión, una víctima y un victimario y las preguntas de ¿por qué hacer arte?,
¿en qué momento y bajo qué circunstancias se puede perder el motor inicial para
hacerlo y disfrutarlo?, ¿hasta qué punto y con qué métodos un maestro puede
motivar a un joven artista con aspiraciones?, ¿es importante el reconocimiento de un circuito de arte?, ¿qué le hace a la sanidad mental el circuito y la exigencia?, preguntas éticas importantes que
la película hace, pero, muy inteligentemente, deja que el espectador responda
mediante la historia que acaba de ver.
Sin embargo, mas que una película sobre arte, es una película sobre perseguir una pasión de manera obsesiva y eso es precisamente lo que la vuelve universal.
Una película similar es Black Swan de Aronofsky, que explora
la obsesión de una bailarina de ballet por alcanzar la perfección, también la
más reciente Birdman de Iñárritu, que explora la obsesión de un actor por
realcanzar la fama o de una manera más sutil incluso podría tener semejanzas
con Boyhood, que explora el crecimiento de un niño hasta convertirse en un
adolescente.
Es curioso y afortunado que en épocas recientes, enmedio de
las películas vacías y producidas por corporaciones y mercadólogos, el cine
estadunidense se preocupe por llevar historias de reflexión sobre el arte y el
crecimiento humano -a fin de cuentas la misma cosa- con la gran tarea cumplida
de hacerlas accesibles y valiosas para el público general y no solamente a la
elite de festivales y circuitos exclusivos, evidencia para esta elite de que es
posible.
Es una película muy recomendable, con una realización
espectacular, pero más importante: una película joven, realizada por gente joven y claramente apasionada con una honestidad que viene del alma y que la
sustenta desde ahí.
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