viernes, febrero 13, 2015

Whiplash

Whiplash es una película escrita y dirigida por el cineasta estadunidense Damien Chazelle, nominada a los Óscares del 2015 en las categorías de Mejor Película, Mejor Actor de Reparto, Mejor Edición y, por supuesto, mejor Mezcla de Sonido.

Pocos saben que Whiplash es una expansión de un exitoso cortometraje del mismo nombre, estrenado en 2013 con gran éxito en festivales como Sundance, entre otros de renombre e importancia internacional. El éxito del cortometraje y el talento desplegado por su director llevaron a buen puerto la producción de un largometraje de bajo presupuesto -bajo los estándares del cine de Estados Unidos- pero con grandes alcances en el arte cinematográfico, nada mal para una ópera prima.

La historia es relativamente sencilla y gira siempre en torno a Andrew Neyman (Miles Teller), un joven aspirante a baterista profesional, músico de corazón, que estudia en el Conservatorio de Música de Shaffer (una escuela ficticia de música, pero que se asemeja mucho a Julliard) en Nueva York, uno de los mejores conservatorios de Estados Unidos y del mundo; ahí, se encuentra con el profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons -el actor que interpreta al editor del Daily Bugle en Spider-Man-), un exigente e implacable músico, director de la banda de jazz de la escuela. Neyman ingresa a la banda tras causarle una buena impresión, sin imaginar el abuso verbal, psicológico y hasta físico que Fletcher le infringirá para lograr, según él, convertirlo en un músico maravilloso. Fletcher es un director feroz, que ensaya a sus músicos como un entrenador militar, mientras que Neyman es un muchacho obsesionado con convertirse en el baterista perfecto, sacrificando su vida personal para lograrlo, una combinación de fuerzas igualmente poderosas.

Aún pareciendo una película para músicos y artistas en general -seguramente serán los que se sentirán más identificados-, la película es dinámica y tiene un ritmo sobresaliente que nunca cae, con giros y tensión siempre elevándose, resuelta en la dirección de cada escena, los actores que brindan interpretaciones siempre precisas y sobresalientes, la edición adecuada para cada momento, ya sea una tranquila escena de conversación entre dos jóvenes en una cita, un cruel regaño del maestro al alumno o una explosiva secuencia de jazz, la plástica y expresiva dirección de fotografía de Sharone Meir -quien nunca antes había sobresalido con una película-, así como -naturalmente- una banda sonora y diseño de sonido espectacular con el reto técnico que la película exige cumplido con creces: escuchar música y ejecuciones fenomenales.

Todos estos elementos son, sin duda, el resultado de la sensibilidad del director hacia la música, ya que él mismo cursó y dedicó años de preparación en ella antes de convertirse en cineasta, tal vez es por ello que logra capturar perfectamente la obsesión a la que puede someterse un artista en su búsqueda por alcanzar sus sueños; esto resulta en una película sobre arte y artistas que cualquier persona podría disfrutar.

La película avanza de manera imaginativa, en algunos momentos probablemente hasta el punto de la exageración, pero es pasable porque puede percibirse la honestidad de un autor con algo que decir sin miedo ni sutilezas desde su punto de vista; esto es lo que a final de cuentas convierte la película en algo sobresaliente después de develarse por completo.
En su desarrollo confronta puntos de vista sobre el arte y su enseñanza, tenemos a dos personajes antagónicos con un sueño que se convierte en obsesión, una víctima y un victimario y las preguntas de ¿por qué hacer arte?, ¿en qué momento y bajo qué circunstancias se puede perder el motor inicial para hacerlo y disfrutarlo?, ¿hasta qué punto y con qué métodos un maestro puede motivar a un joven artista con aspiraciones?, ¿es importante el reconocimiento de un circuito de arte?, ¿qué le hace a la sanidad mental el circuito y la exigencia?, preguntas éticas importantes que la película hace, pero, muy inteligentemente, deja que el espectador responda mediante la historia que acaba de ver.
Sin embargo, mas que una película sobre arte, es una película sobre perseguir una pasión de manera obsesiva y eso es precisamente lo que la vuelve universal. 

Una película similar es Black Swan de Aronofsky, que explora la obsesión de una bailarina de ballet por alcanzar la perfección, también la más reciente Birdman de Iñárritu, que explora la obsesión de un actor por realcanzar la fama o de una manera más sutil incluso podría tener semejanzas con Boyhood, que explora el crecimiento de un niño hasta convertirse en un adolescente.

Es curioso y afortunado que en épocas recientes, enmedio de las películas vacías y producidas por corporaciones y mercadólogos, el cine estadunidense se preocupe por llevar historias de reflexión sobre el arte y el crecimiento humano -a fin de cuentas la misma cosa- con la gran tarea cumplida de hacerlas accesibles y valiosas para el público general y no solamente a la elite de festivales y circuitos exclusivos, evidencia para esta elite de que es posible.


Es una película muy recomendable, con una realización espectacular, pero más importante: una película joven, realizada por gente joven y claramente apasionada con una honestidad que viene del alma y que la sustenta desde ahí. 


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