El año pasado, un cineasta nacido en México -y fugado- obtuvo
el máximo galardón que otorga el medio y la Academia del Cine de Estados
Unidos, un bien merecido premio Óscar a Mejor Director por Gravity, que probablemente hubiera ganado como mejor película si
sus logros técnicos y narrativos hubieran servido a un buen contenido de guión
y discurso.
Considero que mas que un orgullo para México, debería ser
una vergüenza que los mejores artistas cinematográficos del país deban irse al
extranjero para desarrollarse y brindar al mundo sus valiosas creaciones, a
diferencia de los enormes periplos que pasan los artistas cinematográficos que
se quedan en México y con grandes esfuerzos logran sacar adelante producciones,
algo que termina por causar cansancio y frustración en un país donde el cine es
mayormente controlado y legitimado por una institución federal centralizada con
juicios que nunca han servido para producir ni más, ni mejor, ni acercándose al
público. Quién sabe cuántos Bertoluccis habrán mandado su carpeta de producción
a IMCINE sin recibir ningún apoyo por no cumplir con alguno de los requisitos
que merman la libertad creativa, por no ajustarse al discurso institucional, por
enviar una propuesta demasiado arriesgada para ellos, por no bien-pertenecer a
la comunidad cinematográfica capitalina y/o por no conocer o tener amistad con
alguno de los directivos en turno como para que le ayude a uno a hacer una
transa legal, pero a fin de cuentas, una transa.
Se sabe que el cine es una carrera de resistencia, pero en México hay que estar hecho de aleación de acero.
Se sabe que el cine es una carrera de resistencia, pero en México hay que estar hecho de aleación de acero.
En la temporada de premiaciones estadunidenses de este 2015,
de nuevo un director mexicano se está llevando todas las estatuillas, se trata
de Alejandro González Iñárritu, nombre impronunciable para los norteamericanos,
director de las internacionalmente exitosas Amores
Perros, 21 Gramos, Babel y Biutiful, películas conocidas por su género melodramático al
extremo con mucha pornomiseria -cosa que al público del primer mundo le
encanta-, escritas las primeras tres por Guillermo Arriaga, el rockstar del
guionismo nacional, aún con todas las fallas de verosimilitud para lograr el
melodrama excesivo en las últimas dos películas escritas para Iñárritu, hasta
el fin de su relación con él, tema bastante mórbido y sonado en su momento, se
habló de un distanciamiento debido al ego de ambos, particularmente al del
director; ya sea esto verdad, mentira o una leyenda, el asunto es un estigma
que el ahora nominado al Óscar ha cargado en su persona (no en su obra) desde
hace tiempo y que por la naturaleza de su más reciente trabajo, se renueva en
la habladuría colectiva y varios artículos periodísticos y de pseudocrítica
cinematográfica que me parecen mas tabloides de chismes de espectáculos que crítica
seria, causando que la apreciación se sesgue hacia allá; y es que Birdman O (La Inesperada Virtud de la
Ignorancia) se trata de una película que habla fundamentalmente del ego y
la necesidad de reconocimiento, con todas las tangentes que tiene esto en la
vida de alguien y en sus allegados.
Sin embargo, creo que el enfoque que la mayoría de los
artículos que he leído sobre Birdman
(para acortar) han sido incompletos, algunos hablan sobre la espectacular
realización de la película en casi un solo plano-secuencia -algunos a favor,
otros en contra- del regreso de Michael Keaton a la escena cinematográfica de
primera clase -actor que fue Batman en las películas dirigidas por Tim Burton y
que rechazara el papel por tercera vez cuando la franquicia le fuera entregada
a Joel Schumacher-, de la egomanía -hasta con falaces señalamientos de
hipocresía- de Iñárritu al tratar de imitar el estilo narrativo de su amigo
Cuarón para ser reconocido, o la más ridícula de todas, si la película puede
ser considerada mexicana o no; en suma, consideraciones ociosas y superficiales
que pasan por alto la esencia de la película: es una adaptación -mas que solo
literaria a cine- desde el alma de un relato de Raymond Carver que entiende,
interpreta y se apropia de la fuerza del texto tanto como la del sentimiento
del escritor. No es casual que se haya escogido ese texto de ese autor o que la
película abra con el último poema escrito por él, Late Fragment:
And did you get what
you wanted from this life, even so?
I did.
And what did you want?
To call myself beloved, to feel myself
beloved on the Earth.
And did you get what
you wanted from this life, even so?
I did.
And what did you want?
To call myself beloved, to feel myself
beloved on the Earth.
-
Y obtuviste lo que
deseaste de esta vida, a pesar de todo?
Lo hice.
Y qué deseabas?
Poder llamarme amado, sentirme
amado en la Tierra.
deseaste de esta vida, a pesar de todo?
Lo hice.
Y qué deseabas?
Poder llamarme amado, sentirme
amado en la Tierra.
Poema que tiene una relación estrecha y totalmente unitaria
a la película, le da contexto y la complementa, nos adelanta lo que quiere
decirnos sin chantajes ni arruinar la progresión de la historia, a la vez que
es una síntesis del pensamiento y emociones de Carver, un escritor alcohólico,
sin éxito ni reconocimiento, con numerosas relaciones fallidas y ex esposas; es
una síntesis de todas las inquietudes expresadas a lo largo de su obra y
testimonio valiosísimo de su redención alcanzada justo antes de morir, cuando aprendió finalmente que la vida es menos ser reconocido, sino algo más profundo y que nos brinda tranquilidad y levedad.
La película paralelamente cuenta la historia de Riggan
Thomson (Keaton), un actor que en sus mejores días interpretara al superhéroe
Birdman, y que quedara encasillado el resto de sus días como el personaje, aún
cuando en 1993 renunciara a la franquicia, ocasionando con su ego y sed de
reconocimiento que su carrera y vida familiar se desplomaran. Riggan está en
plena producción de la puesta en escena de la obra ¿De Qué Hablamos Cuando Hablamos de Amor?, una adaptación al teatro
del relato homónimo de Raymond Carver. En el elenco está su novia actual y el
recién llegado Mike Shiner (Edward Norton) un actor sustituto para reemplazar,
de último momento, a uno terrible y con quien librará una batalla por resaltar,
producto de la inseguridad de ambos; asimismo la hija de Riggan, producto de su
matrimonio fallido, quien estuvo en rehabilitación por drogas, Sam (Emma Stone)
realiza tareas de producción en la obra. Cada uno de los personajes de la
película tiene un demonio interno que no le permite vivir ni desarrollarse como
artista, actor, hija, novia o padre; todos estos demonios tienen que ver con el
ego maltratado por el medio implacable del showbusiness. Podemos ver una
relación cercana con Carver en el contenido, pero enriquecido con las
particulares inquietudes de los realizadores.
Los personajes Carverianos son, en su mayoría, seres humanos
comunes y corrientes, amas de casa, matrimonios, parejas, rednecks, madres
solteras, hombres divorciados o solitarios, todos aplastados por su suerte en
la vida y con una necesidad enorme de amor, o al menos de compañía. Son
personajes que pueden saber totalmente insignificantes e irrelevantes, es precisamente
esto lo que hace interesantes sus cuentos, sabemos que estamos leyendo fragmentos
de vidas que podrían ser de cualquier persona, se vuelven importantes cuando un
autor las escribe, igual que la cámara de cine cuando se posa sobre un
personaje aparentemente insignificante. Esta idea de ser efímero es lo que
molesta tanto a Riggan, no puede vivir siendo un don nadie, desea sobresalir y
esto lo lleva a perderse en si mismo, a percibirse como un ser sobrenatural con
poderes mentales y de levitación. La película y sus personajes confrontan a
Riggan en las situaciones que se le presentan, en las discusiones en las que se
envuelve y en su complicado proceso creativo. "Una cosa es una cosa, no lo
que se diga de ella", y en el caso de Birdman
tenemos una película que claramente tiene estas influencias y referencias, manifestándolas
en pantalla.
Mucho se habla también del plano-secuencia que compone la
mayoría de la película, algunos puristas debaten el hecho de que sea un real
plano-secuencia, ya que utiliza trucos de postproducción para dar la apariencia
de ser un plano ininterrumpido, cuando en realidad, se realizó -naturalmente-
en partes; otra discusión ociosa -igual que la de la cinefotografía digital-,
ya que lo único que importa es la sensación narrativa y resultado de la
película como obra, y no el proceso artesanal de realizarla. La pregunta
pertinente es si esta forma de narración funciona para contar la historia y si
es integral con su contenido; pienso que la técnicamente complicada decisión de
un plano ininterrumpido -salvo un corte elíptico- es una manera de dar una
sensación de realidad -la vida no tiene cortes- para acercarnos a la particular
circunstancia de un grupo de personajes que podrían ser actores y trabajadores
del teatro reales, justo como leer un relato de Carver nos haría sentir, sin
perder la licencia que el director toma para otorgar su discurso sobre el ego,
separando al personaje de Riggan Thomson del resto, acercándonos a la
percepción subjetiva que tiene sobre si mismo, entrando en su mente, aún sin
cortes. "Una cosa es una cosa, no lo que se diga de ella", y en el
caso del plano-secuencia de Birdman ante los ojos intuitivos de cualquier
espectador es una narración ágil y casi ininterrumpida que da una sensación de
omnipresencia e intimidad en los problemas existenciales de un grupo de
insignificantes seres que aspiran a ser reconocidos, en la carne de actores,
los seres humanos con más necesidad de reconocimiento de todos.
Birdman es una
película tremendamente unitaria, diría yo que es la película mas unitaria de
Iñárritu -en su anterior filmografía, excepto Biutiful, puede sentirse una narrativa trunca, debido a cierta
debilidad de cohesión en las historias que componen cada película- además del
estilo narrativo, cada escena, arco dramático y característica de cada
personaje está enfocada al tema desde diferentes perspectivas, incluso la
unidad sobrepasa los límites de la pantalla al metacine al castear actores como Edward Norton, conocido por su
perfeccionismo y exigencias, Emma Stone, conocida por ser la nueva atractiva
actriz joven con problemas de drogas y a Michael Keaton, la superestrella fugaz
de los 80s y 90s que perdió notoriedad y abandonó Hollywood en gran parte
debido al voluntario fin de su reinado como Batman. Todas estas características
que aparentemente el director buscó para reforzar la cohesión y terminar de
afianzar la sensación de realidad buscada para hacerle justicia a su visión
desde Carver.
Mucho se discute sobre lo pretenciosa que es o no es la
película. Algo pretencioso es algo que aparenta o pretende ser más de lo que
realmente es, Birdman nunca vende en sus trailers o brinda en su película nada
más de lo que es, una historia relativamente sencilla, con una necesaria
construcción psicológica elaborada, sobre un actor en su lucha por estrenar la
obra que él cree que es su última gran oportunidad, en batalla con él mismo, el
ego y problemas humanos de los que lo rodean, problemas de sexualidad,
familiares, amorosos, con la crítica, con la idea de la fama y los motivos y
objetivos para alcanzarla, problemas que cualquier persona que haya pertenecido
al medio del teatro en casi cualquier parte del mundo puede saber verosímiles y
reales, pero que no requieren de especialización y conocimiento de ese mundo
para poder entenderse por la audiencia. Sin embargo, es también una película
que requiere una educación previa y nivel cultural para poder apreciarla
plenamente y esto también es un tema que la película toca y critica: el juicio
del crítico como una forma de poder, desde un lugar demasiado cómodo en el cual
-a diferencia del artista- no se arriesga ni se pone nada, un mensaje frontal
incómodo y retador para los que nos sentimos capaces de hacer crítica y también
para los que deliberan qué proyectos se hacen y qué proyectos no en México,
mientras ven una película memorable, compleja y arriesgada que jamás se podría
realizar en este país si seguimos utilizando como guía sus juicios basados en etiquetas y
formas preestablecidas. Por otro
lado, también le da una voz al crítico para defenderse como un amante del arte
con ideas e intentando mejorar su medio, con el problema que también lo hace desde
su ego, haciendo que el artista escénico tenga la necesidad de ser aceptado por
él para ser legitimado, llevar audiencia a la sala y ser recordado, mientras al
mismo tiempo habla de lo simple y efímero que puede resultar el juicio de las
masas, cuestionando de esta forma el juicio del crítico especializado para
develarnos a través de personajes actores -los mas expuestos y vulnerables- una
verdad sobre el ego y la aceptación que -al igual que Carver antes de morir- el director pudo descubrir con su
trabajo y que se hace evidente en el hecho de que reinventó su cine, de ser
melodramático a ser cómico, tomándose a si mismo más ligeramente, pero aún
conservando el toque autoral y el discurso sobre temas que le parecen
importantes, recordándonos que las obras de arte nos deben de servir para encontrarnos a nosotros mismos, facilitándonos el camino para hacerlo. Habría que analizar si Iñárritu hubiera podido
lograr hacer esta película técnicamente, pero también teniendo este
necesario desarrollo personal como artista, en un país donde la legitimidad de
uno depende de una arcaica y equivocada institución oficialista.
El día de los Óscares -hay que decirlo, es un premio que siempre
ha pasado por alto a grandes cineastas, pero que da prestigio internacional- quisiera
que ganaran Michael Keaton, un gran actor con rango y perfeccionismo excepcional,
actuando en complicados planos-secuencia sin cortes, Lubezki, el gran cinefotógrafo de alcances narrativos enormes, y el fresco y renovado Iñárritu, haciendo así que dos directores mexicanos ganaran dos veces seguidas, porque
creo que lo merecen y para que probablemente haga reflexionar a nuestra
institución acerca de cómo ha venido haciendo las cosas, a menos que estén tan
ensimismados en su ego como para seguir creyendo que tiene la razón.
Una cosa queda clara con esta película, a Iñárritu probablemente ya no le importe mucho lo que diga la crítica -y hace muchos años, también el oficialismo-, sino expandirse como cineasta, liberándose del estigma subconsciente más grande del artista mexicano junto con la religión, y eso no puede ser malo, aunque tal vez si envidiable.
Bien. Hay cineastas perdidos entre la maraña oficialista como mi compañero Juan Pablo Villa señor Rangel.
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